lunes, 3 de marzo de 2014

Sobre el olvido y otras herramientas innecesarias

Dice mi madre que en los libros todo funciona de maravillas. Las explicaciones sobre el cómo hacer esto o aquello prometen que aventurarse a la ejecución de lo que sea que estemos buscando hacer, será fácil... ujú... muy sencillo. Sí, pero no. Porque descubrimos que los siete pasos para ser una buena madre en tres días no funciona tal y como se predijo. Sí, pero no. Porque bajar las 50 libras comiendo lechuga tres veces por semana no sale como planeamos. Así creo yo que pasa con el empeño de olvidar. Pones tanto de ti para empezar de nuevo, para que tu pasado no te acompañe... pero te acaba secuestrando cuando las luces se apagan y la gente se va. 

Me pregunto de qué nos vamos llenando, qué nos va modelando si no es ese asiento a veces nebuloso de pasado. Estoy por creer que nuestra constitución humana se basa casi en exclusiva de aquello que recordamos y procesamos a lo largo de nuestras vidas. Qué otro objetivo tiene ese buscarle la vuelta a lo que una vez fue y de repente no estamos tan seguros de haber pensado lo suficiente?

Los olores recrean el pasado con una facilidad espantosa. La música, las formas, los colores... Cualquier detalle nos remite a geografías, emociones... a pérdidas y sumatorias. Somos la condensación de lo que fuimos y lo que han sido en nosotros quienes tuvieron la buena o mala suerte de encontrarnos en el camino. 

De qué sirve entonces esa herramienta prodigiosa e innecesaria por la que nos pavoneamos? El poder de olvidar se desintegra en un suspiro. Ese recurso que nos ofrece el pie de amigo para seguir adelante pasa de ser una fiera a ser un cachorro que huye despavorido. Pagamos terapia, inventamos con las teorías del desapego, meditamos y nos vamos de viaje a un lugar remoto... huyendo de la realidad que habita en nuestra memoria.... 

La poesía no es fiel ni a sí misma... quizá por eso el olvido es un tema recurrente en ella. Aunque Pablo Neruda expresara que "es tan corto el amor y tan largo el olvido", hoy opto por mirarme en esta pieza de Luis Cernuda. Con él y su verdad, les dejo.

Donde habite el olvido, 
En los vastos jardines sin aurora; 
Donde yo sólo sea 
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas 
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje 
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, 
Donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible, 
No esconda como acero 
En mi pecho su ala, 
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, 
Sometiendo a otra vida su vida, 
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres, 
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; 
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, 
Disuelto en niebla, ausencia, 
Ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos; 
Donde habite el olvido.







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